A tan solo un kilómetro del Camino Mendiondo, un sendero privado se abre paso entre el verde, guiando tus pasos hacia el corazón de un predio que respira paz y naturaleza. Allí, donde el ruido se disuelve y solo canta el viento, se alza la casa principal: sólida, luminosa, segura. Un hogar que invita al sosiego, abrazado por la vida silvestre y la quietud del entorno.

No hay más caminos que conduzcan hasta aquí. Solo uno —el tuyo— llega a este rincón reservado, donde la privacidad es absoluta y la serenidad se vuelve compañera.

Al cruzar el portón, el paisaje se despliega como un poema: hacia el Este, la casa de los caseros, el galpón, las caballerizas y la cañada que susurra entre juncos, llevando frescura y belleza. Hacia el Oeste, los gallineros, el corral de ovejas, los tajamares, los potreros donde caballos y cerdos encuentran su espacio natural.

Frente a la casa, un rincón arbolado invita al descanso y a la contemplación. Un refugio de calma, un sitio para soñar despierto, para vivir despacio y sentir la tierra.

Porque aquí, la vida se cultiva con las manos, el alma se aquieta con el paisaje, y cada amanecer recuerda que hay lugares donde el tiempo se detiene para dejarte respirar.

Un lugar acogedor, productivo y lleno de vida. Donde trabajar, disfrutar y conectar con la naturaleza es, simplemente, volver al origen.